Llegas a casa tras un partido más de liga. Victoria en el marcador, los chicos están contentos. Pero no puedes compartir su alegría.

El partido acabó hace rato, pero sigues nervioso. Sabes que esta noche, de nuevo, te va a costar coger el sueño. ¿No habíamos ganado? No es eso…

Desde que decidimos organizarnos bajo el nombre y el escudo de Dimbali FS, son pocos los partidos en los que no hayamos tenido algún roce con los rivales. “Lo que pasa en el campo, se queda en el campo”. Hasta que lo que pasa en el campo traspasa los límites de lo deportivo. Es ahí cuando empiezas a tomar en consideración algunos pensamientos a los que antes quitabas importancia.

¿Me estaré volviendo paranoico? ¿Son solo voces en mi cabeza? Lo cierto es que, tras 11 jornadas de liga, cada vez lo creo menos. 11 jornadas en lo que lo más bonito que han llamado a uno de nuestros jugadores es “hijo de puta”. En más de 15 años jugando al fútbol, bien en la pista del barrio o bien con el equipo de amigos en torneos y ligas locales, nunca me han llamado nada ni siquiera parecido. Nuestros chicos no son las hermanitas de la caridad, de acuerdo; que estamos hablando de un deporte de contacto, también. Pero hay unos límites que no se traspasan si no existe un condicionante añadido.

El discurso racista del odio ha calado en una sociedad cada vez más desprovista de valores y de pensamiento crítico. Los inmigrantes ya no solo vienen a quitarte tu trabajo, también vienen a ganarte un partido de fútbol sala. Un partido que para muchos se convierte en una lucha por marcar territorio, una batalla por demostrar quién es el “macho alfa”. ¿Cómo va a venir un negro a ganarme en mi propia casa?

Me recuerda mucho a un vídeo que vi hace unos días en una red social, de un combate de lucha libre entre un hombre y una mujer. “¿Una mujer? ¡Venga hombre!”. Fueron las últimas palabras que dijo él antes de que esa mujer le hiciera perder el conocimiento en combate. Podía haberse rendido cuando ella lo tenía en el suelo y sin posibilidad de soltarse, pero no lo hizo. En su lugar, prefirió perder el conocimiento. ¿Cómo va un hombre a rendirse ante una mujer?

No está exento nuestro deporte de ese discurso: ¿Cómo va una mujer a jugar al fútbol como un hombre?

El machismo, el racismo, la xenofobia… misma bestia con distinto collar. Y la bestia tiene nombre.

Cuando hablamos de lucha antirracista no lo hacemos por pura retórica. El simple hecho salir al terreno de juego a disputar un partido ya es lucha antirracista. Ese simple gesto, ya es una declaración de intenciones similar a la de nuestros compañeros de FC Lampedusa en Hamburgo:

 “Estamos aquí para jugar, estamos aquí para quedarnos”.

Es por ello tan importante la creación y el apoyo a proyectos como el nuestro, que ponen en jaque y cuestionan ese discurso que, por desgracia, también está presente el ámbito deportivo; porque las malas hierbas crecen en todos los jardines, también en el deporte.

Seguiremos entrenando cada día. Seguiremos del lado la libertad y la igualdad. Seguiremos en contra de cualquier actitud discriminatoria. Cada semana nos tendrán en frente y si quieren ganarnos, una cosa es segura: no se lo vamos a poner fácil.

¡NINGÚN FÚTBOL PARA LOS RACISTAS!

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